sábado, 25 de octubre de 2008

Comentario del Evangelio del XXX Domingo del Tiempo Ordinario

¿Cuál es el mandamiento principal de la ley?

Es sorprendente en nuestra mentalidad la pregunta que hacen a Jesús los fariseos. Sin embargo para ellos es normal, ya que como "maestros" de la ley, todos los preceptos tienen el mismo valor. A través de los seiscientos trece preceptos (365 prohibiciones y 248 mandatos positivos) que los expertos habían sacado de la Ley, se alcanza la salvación.
Cualquier incumplimiento de alguno de ellos, significaba una inobservancia de la Alianza.
Para Jesús es fácil dar una respuesta y zanjar la interpretación de la Ley de Moisés. El mandamiento principal de la ley es `él amar a Dios con toda el alma, con todo el corazón, con todo el ser, y al prójimo como a ti mismo".
Amar a Dios y al prójimo, ahí está la clave de nuestra salvación y felicidad. No estamos sometidos a las leyes que esclavizan, sino a la Ley que libera y hace que el hombre alcance su plenitud.
En nuestra sociedad sorprende la pregunta de los fariseos y escandaliza la respuesta de Jesús. Una sociedad que se considera emancipada de Dios, no acepta fácilmente que sea Este el destinatario de su amor. Pero la clave no está aquí, sino en que es el origen. El amor no lo producimos, se nos da. Y cuando se recibe, se expande en toda dirección: Dios, hombres, naturaleza, vida...
Si queremos descubrir a Dios, acerquémonos allí donde encontramos amor y pongamos nosotros también amor. No es sólo recibir de los demás, es dar a los demás.
La primera lectura nos muestra a un Dios cercano a la realidad del hombre. Nada humano es ajeno a Dios. Por este motivo, los que nos llamamos cristianos no podemos evadirnos de los problemas que se presentan al hombre de hoy. Hemos de ser sensibles para interpretar los signos de los tiempos, y allí donde se fragua el destino del hombre, hemos de incorporar la Buena Noticia de un Dios que es Amor.
El amor es liberación de todo aquello que esclaviza, que impide al hombre vivir la intensidad del día a día como una oportunidad que Dios nos da para realizarnos.
El evangelio también nos dice: Amaos como yo os he amado. Ahí está la clave. Amar como Jesús, amar hasta dar la vida, amar de verdad, sin hipocresías ni palabras que no llegan al corazón del ser humano. Amar hasta la cruz; si, esa que a veces pesa tanto que no podemos soportarla, pero que es liberación, puesto que no es el final.
Amar a Dios es levantar la esperanza a un mundo mejor. No sólo sentirnos invitados a formar parte de él, sino constructores activos. Dios cuenta con todos y cada uno de nosotros para unir nuestras manos en esa gran tarea; todos podemos aportar algo, todos tenemos el amor de Dios que no puede permanecer inactivo en nuestra vida.
Cada domingo en la Eucaristía, es un momento de reactivar ese amor. No vamos “a oír”, sino a celebrar. Al escuchar el evangelio, al llevar mi ofrenda al altar, al participar de Cristo mismo en el sacramento de la Eucaristía, Dios está invitándome a salir al mundo y transformar las estructuras de pecado y muerte, en momentos de gracia y liberación. El cristiano no puede permanecer indiferente ante la misión que Dios le ofrece.
No tengamos miedo, no seamos cobardes. A pesar de todo y de todos aquellos que cuestionan, vale la pena seguir adelante. Dios no nos deja solos. Dios es AMOR.

¡Que Dios os bendiga!
Tomás Cano Rodrigo

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